El placer de leer café

El café está vinculado desde siempre a las artes, el cine y la literatura.

Los café literarios nos ofrecen una experiencia donde la imaginación y esta sabrosa bebida se funden en un deleite tanto para los sentidos como para el intelecto.

Es un acicate para seguir explorando las páginas de un buen libro o nuestro recorrido por la historia del arte.

Especialmente en estos días donde el ocio se apodera de nuestra rutina diaria, ya que tenemos más tiempo en nuestras casas, y los libros comienzan a llamarnos para que les demos la atención que requieren. Algunos olvidados, recubiertos de polvo, redescubiertos.

Es un bálsamo para el corazón y el espíritu” G. Verdi (compositor italiano, SXIX)

Alexander Dumas (autor de  El conde de Montecristo), decía que “una mujer es como una buena taza de café: la primera vez que se toma, no deja dormir”.

Desde el caribe, dice José Martí que “el café me enardece, me alegra, es fuego suave sin llama y me acelera toda la sangre de mis venas”.

Y Jonathan Swift, autor de El viaje de Gulliver dice que “El café nos torna serios, profundos, filosóficos…”

Por otro lado, en el cine uno de los clásicos es Coffee and Cigarettes de Jim Jarmusch, una cinta de 11 historias que se desarrollan en una cafetería.

La relación entre café y literatura es universal, miles de historias, encuentros, amores y viajes, nos inspira una taza de café, la cual agudiza nuestros sentidos y nos alerta para no perdernos nada de este instante.

 

El café y la poesía

En versos hay poemas de grandes autores. Deleitémonos con sus estrofas universales:

 

«Camden 1892» Jorge Luis Borges

El olor del café y de los periódicos.
El domingo y su tedio. La mañana
y en la entrevista página esa vana
publicación de versos alegóricos

de un colega feliz. El hombre viejo
está postrado y blanco en su decente
habitación de pobre. Ociosamente
mira su cara en el cansado espejo.

Piensa, ya sin asombro, que esa cara
es él. La distraída mano toca
la turbia barba y la saqueada boca.

No está lejos el fin. Su voz declara:
Casi no soy, pero mis versos ritman
la vida y su esplendor. Yo fui Walt Whitman.

 

«Café Cantante» Federico García Lorca

Lámparas de cristal

y espejos verdes.

Sobre el tablado oscuro,

la Parrala sostiene

una conversación

con la muerte.

La llama,

no viene,

y la vuelve a llamar.

Las gentes

aspiran los sollozos.

Y en los espejos verdes,

largas colas de seda

se mueven.

 

«Río de Janeiro» Oliverio Girondo

La ciudad imita en cartón, una ciudad de pórfido.

Caravanas de montañas acampan en los alrededores.

El pan de azúcar basta para almibarar toda la bahía…

El pan de azúcar y su alambre carril, que perderá el equilibrio por no usar una sombrilla de papel.

Con sus caras pintarrajeadas, los edificios saltan unos encima de otros y cuando están arriba, ponen el lomo, para que las palmeras les den un golpe de plumero en la azotea.

El sol ablanda el asfalto y las nalgas de las mujeres, madura las peras de la electricidad, sufre un crepúsculo, en los botones de ópalo que los hombres usan hasta para abrocharse la bragueta.

¡Siete veces al día, se riegan las calles con agua de jazmín!

Hay viejos árboles pederastas, florecidos en rosas té; y viejos árboles que se tragan los chicos que juegan al arco en los paseos. Frutas que al caer hacen un huraco enorme en la vereda; negros que tienen cutis de tabaco, las palmas de las manos hechas de coral, y sonrisas desfachatadas de sandía.

Sólo por cuatrocientos mil reis se toma un café, que perfuma todo un barrio de la ciudad durante diez minutos.

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